El COVID19 no distingue entre clases sociales, pero la necesidad de buscar un trabajo durante una pandemia sí. La situación actual pone de relieve la grave desigualdad económica de nuestro tiempo, pero ¿somos conscientes de ella?
Hace unos años, los investigadores V. Gimpelson y D. Treisman publicaron un artículo en el que se preguntaban si realmente una mayor desigualdad económica aumentaba las demandas de políticas redistributivas por parte de la población. Una escasa reflexión puede llevarnos a aceptar esta suposición: la gente ve que algo va mal, y pide un cambio. Sin embargo, estos autores cayeron en algo en lo que no suelen caer las teorías económicas convencionales, muy dadas a ensalzar como leyes casi divinas verdaderas lógicas reduccionistas basadas en la asunción de hipótesis sin verificar[1]. Y estos autores no hablaban de que la gente no se movilizara porque se hubiera normalizado una situación injusta de manifiesta desigualdad, o porque incluso la consideraran apropiada por comulgar con eso de la meritocracia. Sino de algo mucho más simple: de que la población no conociera la desigualdad económica en la que vivían, que ni si quiera supieran que existe.
Los autores llamaron a este artículo “Misperceiving Inequality”, algo así como “Percibiendo erróneamente la desigualdad”, lo que nos da una pista de la conclusión a la que llegaron: que la población de hoy en día no tiene ni idea de la desigualdad que existe en el lugar en el que viven. Y nosotras nos preguntamos, ¿es eso cierto? ¿conocemos realmente la desigualdad económica que existe no ya en el mundo, sino en el país o en la ciudad en la que vivimos?
La desigualdad económica puede medirse a través de distintas variables que reflejen diferencias en el estado de bienestar socioeconómico de una población (ingresos, consumo, riqueza, acceso a la educación, oportunidades de trabajo, etc.). Sin embargo, la mayoría de estudios se centran en la desigualdad de ingresos (income inequality) debido a su facilidad de medida y amplia disponibilidad de datos. Esto implica una de las grandes limitaciones que tienen la mayoría de los análisis de hoy en día, y que debemos recordar a lo largo de este texto: la desigualdad de ingresos no contempla toda la desigualdad económica. Ésta no considera la desigualdad fruto de las riquezas monetarias procedentes de herencias o de las diferentes formas de propiedades (terrenos, viviendas, activos financieros, obras de arte, etc.), y según la variable que usemos incluso puede no contemplar las rentas procedentes de propiedades o activos financieros (acciones, fondos de inversión, etc.). Con ello, esta desigualdad de ingresos suele ser medida con el Coeficiente de Gini, una medida que nos ofrece como resultado un número entre 0 y 1, siendo el 0 una situación de perfecta igualdad (todas las personas tienen los mismos ingresos) y el 1 una situación de perfecta desigualdad (una persona tiene todos los ingresos y el resto, ninguno). Estos datos los tenemos para España e incluso para Madrid, pero aún no los comentaremos.
Para averiguar la respuesta sobre qué conocimiento de la desigualdad tenía la población, los autores del artículo que comentábamos se ayudaron del Programa Internacional de Encuestas Sociales (ISSP por sus siglas en inglés) de 2009, el cual se centró en la desigualdad social. Una de las preguntas lanzadas a los encuestados consistió en mostrarles cinco diagramas que representaban cinco “tipos de sociedades”, para luego preguntarles qué diagrama se correspondía en mayor medida con su país, los cuales mostramos a continuación.
Los autores indicaron que el 75% de los encuestados se equivocaron a la hora de acertar el tipo y grado de desigualdad que existía en su país, y que su capacidad de acierto no superaba a la selección aleatoria. Por otro lado, resulta que el Coeficiente de Gini que anteriormente comentábamos es útil, sobre todo, para comparar desigualdades, pero un número entre 0 y 100 difícilmente nos da una impresión gráfica de cuán diferente es una sociedad en el ámbito económico. Por suerte, los investigadores, para ahondar un poco más en el tema, asociaron a cada uno de los anteriores diagramas un Coeficiente de Gini, llegando a los siguientes datos: Tipo A (0,45), Tipo B (0,35), Tipo C (0,30), Tipo D (0,20) y Tipo E (0,21). Como decíamos, las situaciones más igualitarias están cerca del 0 (Tipo D), y las más desiguales cerca del 1 (Tipo A). Ahora, y antes de seguir leyendo, ¿con qué tipo de sociedad crees que se corresponde España y tu región?
La pirámide del Tipo B parece recordarnos a las pirámides de las sociedades feudales que estudiábamos en el instituto. Sin embrago, las lógicas neoliberales han provocado que estén más presentes que nunca. Según la OCDE, Dinamarca, uno de los países con menor desigualdad económica en el mundo gracias a sus políticas sociales, presentó en 2017 un Coeficiente de Gini de 0,26, el cual se correspondería con una pirámide a medio camino entre la del Tipo C y el Tipo D. España, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), presentó en 2018 un Coeficiente de Gini de 0,33, el cual se correspondería a la sociedad del Tipo B: “una sociedad como una pirámide con una pequeña élite en lo alto, más personas en el medio, y la mayoría en la parte baja”. En la ciudad de Madrid, según el Banco de Datos del Ayuntamiento, el coeficiente alcanzó ese año 0,34. Y, como decíamos anteriormente, esta medida y su correspondiente gráfico no tienen en cuenta la desigualdad fruto de diferentes propiedades, sino sólo de los ingresos anuales de la población. Esta situación se vuelve dramática en países como Sudáfrica, donde su Coeficiente de Gini de 0,62 (OCDE) expresa una situación mucho más desigual a la mostrada en el Tipo A.
¿Podríamos construir nosotras mismas esta pirámide y ver el tipo de sociedad en el que vivimos sin tener que hacer esta relación entre el Coeficiente de Gini y los diagramas? La respuesta es sí.
Para calcular exactamente el Coeficiente de Gini necesitaríamos datos a los que no podemos acceder. Sin embargo, podemos construir una pirámide similar a través de las declaraciones que hay en cada tramo del Impuesto de la Renta de las Personas Físicas (IRPF). Podemos crear una barra horizontal que muestre gráficamente la cantidad de declaraciones que hay en cada tramo o agrupación de tramos, y situarlos uno encima del otro. Si hay más declaraciones en tramos bajos, y menos declaraciones en tramos altos, obtendremos una pirámide. Esta pirámide nos mostrará una idea muy gráfica acerca de qué tipo de renta tiene la mayoría de las personas que realizan su declaración y, por tanto, de las desigualdades económicas del lugar en el que vivimos.
Antes de mostrar estas pirámides, tenemos que reagrupar los tramos para crear distintos escalones, es decir, distintos estratos o clases sociales. Hoy en día existen autores que establecen clase baja, media y alta en función de la media o la mediana de ingresos o renta disponible anual que existen en el país. Sin embargo, esta forma tan relativa de conceptualizar las clases nos obliga a observar la sociedad en la que vivimos desde nuestra propia burbuja, lo cual elimina capacidad de análisis crítico de la sociedad en su conjunto y nos impide aportar un objetivo deseable hacia el cual avanzar. Estas formas de conceptualización de clases llegan incluso a considerar como clase media a personas que reciben por su trabajo un ingreso insuficiente para desarrollar una vida digna.
Por ello, en este caso crearemos los escalones y sus consecuentes estratos sociales en función de los ingresos que sean necesarios para tener una vida diga que permita el libre desarrollo personal a la par que ofrezcan la posibilidad de criar y mantener al menos 2 hijos o hijas, y todo ello en relación al coste actual de la vida (alquiler o hipoteca en una vivienda decente, luz y gas, vestido, alimentación, educación, ocio, etc.). Además, el hecho de que en la actual declaración del IRPF los tramos comprendan rangos muy desiguales desincentiva el que cada tramo sea en sí un escalón, dado que la cantidad de declaraciones en algunos de ellos dependerá más de la amplitud del propio rango que de la estructura socioeconómica. De esta forma, hemos considerado cuatro estratos sociales para la pirámide de la Comunidad de Madrid: (1) Rentas insuficientes para el desempeño de una vida familiar digna en la comunidad, rentas inferiores a 18.030€; (2) Rentas suficientes, rentas entre 18.030 y 30.050 €; (3) Rentas excedentes, rentas entre 30.050 y 60.101 €; y (4) Rentas mayores de 60.101 €, rentas muy excedentes.
Al construir la pirámide mediante los datos del pago de los impuestos del IRPF también disponemos del importe total en euros de la suma de todas las partidas de la Base Imponible General (suma de distintos Rendimientos e Imputaciones de Renta en la declaración del IRPF) de todas las declaraciones que hay en cada tramo. De esta forma, podremos comparar qué porcentaje de declaraciones (aproximadamente qué porcentaje de personas) posee qué porcentaje del total de rentas declaradas (aproximadamente qué porcentaje de ingresos).
Como vemos en la gráfica, casi la mitad de las personas que declararon sus rentas personales en la Comunidad de Madrid en el año 2017 presentaban rentas anuales inferiores a los 18.030 €. Si sumamos las partidas de Base Imponible General de este 44% de declaraciones, todas ellas tan sólo sumarían el 14% de los ingresos declarados por personas físicas. Mientras tanto, el 7% de la población más rica en la Comunidad de Madrid aglutina el 30% de los ingresos declarados por los habitantes de la Comunidad. Si tenemos en cuenta los dos primeros estratos sociales, los ingresos personales del 70% de la población de la Comunidad de Madrid apenas llegarían al 40% del total de ingresos personales registrados en el territorio. Esta preocupante desigualdad económica da lugar, como nos indicaba el Coeficiente de Gini de Madrid, a una sociedad en la que hay una pequeña élite, una “algo más grande” clase media, y una mayoría de la población en la parte baja de la pirámide.
Estas desigualdades económicas aumentan en función del territorio que observemos. En la Comunidad de Madrid, las ciudades dormitorio de las zonas metropolitanas albergan colectivos de muy distinta clase social. Mientras que en la zona metropolitana oeste y norte viven las familias con rentas más altas, en la zona metropolitana sur se encuentran las familias más oprimidas por este sistema. Según datos del Instituto de Estadística de la Comunidad de Madrid, más de la mitad (52%) de las trabajadoras y trabajadores de la Zona Metropolitana Sur de la provincia declaran rentas inferiores a los 18.030 €. Tan sólo el 2% de la población presenta rentas anuales superiores a los 60 mil euros. Con todo ello, debemos interpretar estos datos teniendo en cuenta que existe un importante porcentaje de personas que no están obligadas a realizar la declaración del IRPF por presentar rentes especialmente bajas. Además, como comentábamos, estos gráficos no tienen en cuenta la riqueza en propiedades. Por lo cual estos están infravalorando la verdadera desigualdad económica existente en la región.
Si ampliamos el ámbito de observación, la desigualdad económica empeora. Según el informe de Oxfam Premiar el Trabajo, No La Riqueza de 2018, el 82% de la riqueza generada a nivel mundial durante el último año acabó en manos del 1% más rico, mientras que la riqueza del 50% más pobre no aumentó lo más mínimo. Fruto de un sistema económico perverso que premia y prioriza el beneficio económico y la acumulación monetaria frente a la vida y el bienestar colectivo, “la riqueza extrema de unos pocos se erige sobre el trabajo peligroso y mal remunerado de una mayoría”. Esta injusta realidad de la explotación y las condiciones laborales indignas afectan sobre todo a las mujeres y a las minorías racializadas. Una realidad que se está haciendo notar con fuerza durante la crisis del Covid-19. Durante la pandemia se está retratando cómo los colectivos más vulnerables, más afectados por la desigualdad económica, son los más expuestos tanto al virus como a las negativas consecuencias económicas de la cuarentena.
Cuando se suele denunciar la desigualdad económica, el argumentario neoliberal suele escudarse en el tópico del “¿crees que sería justo que todos cobrásemos lo mismo?” o en la afirmación del “siempre van a existir desigualdades”. Estos argumentos reflejan la escasa capacidad reflexiva que nos han dejado varias décadas de neoliberalismo en las Facultades de Economía y en la opinión pública en general, un pensamiento binario incapaz de reflexionar más allá del todo o del nada, incapaz de ahondar en el término medio o las diferencias graduales. Como bien dice Amartya Sen, a veces no debemos enfocarnos en definir y tratar de alcanzar una situación idílica, sino tratar de subsanar una situación de injusticia manifiesta que sabemos que puede ser reducida o que incluso tiene solución práctica. Y la historia nos enseña que la desigualdad económica es uno de estos casos.
El economista Simon Kuznets trató hace ya casi un siglo muchos de los problemas que sufrimos hoy en día en cuanto a desigualdad. Kuznetsya indicaba en la década de 1950 que la liberalización de los mercados generaba desigualdad económica, y que eran la intervención del Estado así como las fuerzas de los sindicatos y los movimientos obreros los que tenían la capacidad de reducir la concentración de riquezas en pocas manos. Tras la II Guerra Mundial, el aumento de las políticas sociales redistributivas y la lucha sindical consiguieron reducir la desigualdad económica. Sin embargo, los mínimos de desigualdad alcanzados en 1980 quedaron atrás. Desde entonces, la desigualdad no ha parado de aumentar debido a la aplicación de las lógicas neoliberales. Si bien antes decíamos que el Coeficiente de Gini en España hace dos años fue de 0,33, en la década de los ’80 se situaba alrededor de 0,28 (The Chartbook of Icome Inequality). La experiencia ya nos enseñó que es posible reducir la desigualdad económica con políticas sociales adecuadas.
En el Mercado Social de Madrid creemos que la desigualdad existente en una economía es en buena parte reflejo de las prácticas socioeconómicas que se desarrollan en el tejido empresarial y cooperativo. A través del Balance Social, las entidades que forman parte de nuestra red cooperativa se comprometen con los valores de equidad y ausencia de ánimo de lucro, dos prácticas fundamentales para asegurar la justa distribución de beneficios entre las trabajadoras y la propia comunidad. Las pirámides que hemos visto a lo largo del texto no deben hacernos pensar que estamos por debajo de una cúspide que controla todo el ámbito político. La verdadera política capaz de transformar nuestra sociedad es la participación ciudadana que procede de las bases sociales. Una participación que no sólo se da en los aspectos sociopolíticos, sino también en nuestros comportamientos de consumo, a través de los cuales podemos impulsar entidades comprometidas con la distribución justa de los beneficios. Y esta participación es sólo practicable por la mayoría de la población. Quizás, para ello, debamos invertir la pirámide, verla del revés, para constatar que, aunque con menos riqueza e ingresos, somos la mayoría que podemos generar el cambio.
Pablo Bueno, Mercado Social de Madrid.
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[1]Friedman defiende el neoliberalismo del que emanan la mayor parte de las teorías económicas convencionales. Decía que “el realismo de las asunciones es irrelevante si la teoría produce predicciones precisas”, que traducido al castellano sería algo así como “da igual que la teoría se base en cosas que no son verdad si con ella puedo predecir lo que me dé la gana”. Muy científico todo.