Bajo el título Malestares, los diversos textos señalan una forma de vida que promete lo que no es capaz de colmar y ofrece el exceso como patrón generalizado, provocando consecuencias que recaen sobre el cuerpo social o el medio natural.
Tal y como subraya Santiago Álvarez, director de la revista, en la Introducción a este número: “nuestra civilización encadena una variada gama de crisis sin llegar a resolver ninguna”. En menos de tres lustros, y con una crisis ecológica global de fondo, hemos vivido una hecatombe financiera con graves repercusiones económicas, la primera pandemia mundial y, actualmente, un conflicto armado en Ucrania que está redibujando el panorama geopolítico en clave de guerra fría, y hace aún más patente la encrucijada energética. Los impactos que han provocado estos hechos se suman a la fatiga crónica que arrastramos en la vida cotidiana. En paralelo, la contaminación se ha convertido en el principal factor de riesgo ambiental de la salud. Este fenómeno junto al cambio climático y la pérdida de biodiversidad están estrechamente vinculados y constituyen una amenaza existencial para la salud humana y planetaria.
Este contexto mina las vidas de millones de personas, aunque con frecuencia sus consecuencias quedan recluidas en el ámbito de lo cotidiano, pasando por debajo del radar de los indicadores convencionales. El desasosiego y el malestar se expresan también en forma de ansiedad y depresión que se tratan habitualmente como trastornos mentales cuya solución se confía a la farmacopea.
La dificultad creciente para establecer vínculos y la desconexión de un futuro esperanzador y seguro agudizan un malestar individual que acaba generando malestar social. Aunque lleve la semilla del inconformismo, se necesitan mecanismos que traduzcan el descontento en acción política. Si falla ese proceso de intermediación, aparece una crisis de representatividad que se traduce en desconfianza, tanto en los partidos como en la propia democracia. Lograr que el descontento no discurra hacia el resentimiento y el odio y que, en su lugar, se canalice hacia una “digna rabia” con potencial emancipador es el dilema ante el que se encuentran hoy las sociedades contemporáneas.