El 5 de marzo es el Día Mundial de la Eficiencia Energética. ¿Qué podemos aportar desde la economía social y solidaria?

Tradicionalmente se venía viendo el ahorro y la eficiencia energética desde un enfoque económico; era habitual la frase “el kWh más barato es el que no se consume” aunque no siempre es cierto. De un tiempo a esta parte y, especialmente, con la emergencia climática ya declarada, está asumida la dimensión ambiental: el kWh más sostenible es el que no se consume. Pero aún, falta incorporar la dimensión social, que sigue fuera del foco y que las organizaciones, colectivos y empresa que trabajamos en la Economía Social y Solidaria (ESS) debemos poner en valor.

Nuestro principio de equidad nos hace poner el objetivo en la dignidad de todas las personas, pero es necesario destacar que la pobreza energética tiene rostro de mujer, como consecuencia de percibir menores ingresos y asumir mayores cargas familiares que agravan la brecha de género. Una feminización de la pobreza que condena a la invisibilización a muchas mujeres que la sufren y que tiene graves repercusiones en la salud física y mental de éstas. Por tanto, una economía no lucrativa, como es la ESS y con el punto de mira en la equidad, nos pone en el camino de actuar de forma contundente ante esta desigualdad, más allá de los rendimientos económicos que nos puedan reportar.

Uno de los componentes que conforman la fórmula de la pobreza energética es la baja eficiencia energética de edificios y aparatos eléctricos de los hogares. Desde La Corriente hemos detectado la necesidad del aprendizaje energético entre la ciudadanía que permita el empoderamiento colectivo en la toma de decisiones. La más evidente es la contratación de la luz, pero tanto antes como después de ello, es importante conocer cómo consumimos y cuánta energía gastan nuestros electrodomésticos. ¿Qué acciones podemos tomar? ¿Qué lecciones hemos aprendido? Estamos hablando de ahorro y eficiencia energética del día a día y al alcance de nuestra mano. La ESS no es un entorno individualista, sino cooperativo y la creación de redes de colaboración está en nuestra identidad, por lo que podríamos transformar estas dos preguntas en ¿qué podemos enseñar a nuestro entorno social? ¿Qué podemos aprender de manera colectiva? Este tipo de actividad no es fácil de monetizar, por lo que es difícil que una empresa de la economía convencional pueda entrar a dinamizar este tipo de relaciones. La ESS, por el contrario, puede favorecer la aparición de gestores energéticos ciudadanos, que son actores formados e informados, conscientes y coherentes que ayudan a tejer estas redes de colaboración.

Continuando con la cooperación, no debemos olvidar un concepto que ya está de moda en el sector y dentro de poco estará en los medios generalistas: las comunidades energéticas. Agrupaciones de personas consumidoras, usuarias y productoras que se unen para proveer servicios energéticos mutuos en un entorno local. La ESS está acostumbrada a desarrollar este tipo de redes y sin duda, la economía convencional entrará. Será, por tanto, una responsabilidad de quiénes entendemos que las cosas se pueden hacer de otra forma, favorecer que estas redes sean verdaderamente democráticas y pongan en el centro a las personas.

La Corriente es una cooperativa de comercialización eléctrica renovable madrileña que pertenece al Mercado Social de Madrid.