En las primeras semanas del confinamiento se me hizo evidente lo perdidas que podemos llegar a estar cuando todas nuestras rutinas se rompen. Para mi, hacer la compra en mi tienda de barrio, teniendo en cuenta todas las recomendaciones para evitar contagios, se convirtió de golpe en una prueba de estrés.

Se trata de una pequeña tienda de producto ecológico y (en la medida de lo posible) de proximidad. Atendida por dos mujeres estupendas, habitualmente la compra del sábado es una experiencia casi familiar. No solo por el buen trato, sino porque la falta de espacio hace que estemos muy juntas y la clientela tenemos que maniobrar por el localito para ir dejándonos sitio y tomar de los estantes los productos.

En “nuestra primera pandemia” este ritual se ha manifestado como una situación imposible y hemos tenido que comenzar a negociar con mayor o menor acierto. ¿El qué? Todo: la gestión de la distancia de seguridad; qué hacer con el dinero; cómo hacer cola; cómo agilizar la operación… y todo esto tratando de no perder la calidez que hemos construido en todo el tiempo que llevamos comprando allí.

Las dos o tres primeras veces regresé a casa con una mezcla de desasosiego y disgusto. Y confieso que estuve a punto de tirar la toalla. ¿Por qué no lo hice?

Aparte de lo que ya se puede suponer —el vínculo creado por la relación cordial, la cercanía a mi casa, el tipo de producto—, para mi era un reto comprender los nuevos códigos y decidí intentarlo una vez más. No nos engañemos, yo sola no hubiera podido hacer un reajuste que afectaba a muchas otras personas. Lo se, pero del otro lado “mis tenderas” estaban haciendo lo mismo que yo: estaban leyendo la situación.

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– Lo primero que hicieron fue organizar el espacio de otra manera y comunicar con carteles en la puerta cuál era su propuesta para acceder al local y ser atendidos/as. Con esto nos facilitaron a sus clientes establecer nuevos códigos para relacionarnos. Tener códigos compartidos es muy importante en la comunicación, sobre todo entre quienes no se conocen. A partir de ahí pudimos elaborarlos sólo con un poco de empatía porque partíamos de las mismas claves.

– Después se dieron cuenta que, si bien normalmente intentamos pagar en efectivo para que no tengan que soportar la carga financiera de las tarjetas, el uso de dinero introducía nuevas dificultades: por un lado estaba el peligro de contagio para ellas y sus clientes y, por otro, alargaba el proceso de compra, haciendo que los tiempos de espera para ser atendidas fueran aun mayores. Así que han asumido los costes sin alterar los precios a pesar de ser muy pequeñitas.

– También comprendieron que sus clientes más vulnerables, las personas mayores o enfermas, no podían someterse a las inevitables colas que se formaban. Así que les ofrecieron llevar la compra a casa sin ningún coste adicional.

– Y lo último, saben que son parte del barrio y no pueden ni quieren cerrar los ojos al bache que atraviesan algunos/as de sus vecinos/as.

Puesto que tienen un local que muchas visitamos al menos una vez a la semana; y puesto que el confinamiento limita nuestros desplazamientos; se han prestado a actuar como enlace entre quienes necesitan la ayuda y quienes pueden prestarla. Y con las plataformas vecinales han habilitado el “cajón solidario de alimentos”. Una muestra de que la verdadera innovación social es a veces cuestión de muy poco, pero siempre, siempre, nace para atender autenticas necesidades.

Y ¿qué podemos aprender de esta historia?

Evidentemente, gracias a todo lo que ya he contado, en los días sucesivos he recuperado las buenas sensaciones y he continuado abasteciendome en mi tienda de barrio. No solo eso, he podido satisfacer una necesidad “ética”, porque me han facilitado poder echar una mano y fortalecer si cabe mi sentido de pertenencia. Y como resultado yo sigo comprando en mi tienda y aun más de lo que compraba antes.

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Hay una parte importante de intercooperación en el hecho de prestarnos servicios, dado que ninguna por separado tenemos la energía para auto-abastecer todas nuestras necesidades. Y por eso las cadenas que las satisfacen expresan también nuestra interdependencia como personas.

Todo esto, para nada es ajeno a la Economía Social y Solidaria, pues como entidades trabajamos desde los valores y para personas con valores. Siempre hemos tenido el reto de llegar a mas gente para asegurar la viabilidad de nuestros proyectos y desde ellos transformar la economía (y el mundo). Sin embargo, es posible que en la circunstancia actual esta necesidad sea mucho mayor.

Sin embargo en noez pensamos que este podría ser un buen momento para nosotras porque pensamos que la sensibilidad social está más a flor de piel y la receptividad a nuestra propuesta podría ser mayor. Por eso os invitamos a actuar ahora: a alimentar, a llegar, a conmover, a situar, a adaptarse, a dar el salto, a cambiar de paradigma…

El ejemplo de la tienda de barrio nos muestra que saber leer esa interdependencia tiene su premio porque crea un vínculo emocional que nos liga (nos fideliza) y fortalece la viabilidad de ese establecimiento (y de ese intercambio).

Si habéis llegado hasta aquí queremos recordaros que ésta es nuestra filosofía para prestar servicios y que si tenéis una necesidad que podamos cubrir y queréis actuar no dudéis en contárnoslo porque si podemos os vamos a echar una mano.

noez, Oficina de diseño para la innovación social
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